Hay días en el calendario que no deberían nunca de ser recordados. Siempre que en el calendario hay una fecha en rojo, es como las señales de tráfico: hay algo importante que merece la pena ser recordado. Pero eso también significa si tenemos o no los deberes hechos en relación a esa fecha. Cuando recordamos el día mundial contra el cáncer, es que por desgracia el cáncer no está erradicado; cuando recordamos el día mundial contra el hambre, es que por desgracia no la hemos superado. Hoy recordamos la VII jornada mundial de los pobres. No para celebrarlo, sino para tomar conciencia de lo que no debería haber.
Cuentan que un hombre huérfano paseando por la Gran Vía de Madrid, vio una mujer, que en medio de cartones, pedía una limosna. No solía dar a nadie dinero, pero no sabe ni como ni por qué, a aquella mujer sí le dio. La miró y le preguntó si se llamaba Azucena. Lo que ella negó en un principio, al final acabó confesando que sí. Era su madre adoptiva. Hoy el Papa Francisco nos recuerda esta jornada, con el lema No apartes tu mirada del pobre.
Es curioso como en un mundo donde el hombre ha llegado a la luna, donde probablemente llegaremos a Marte, donde las grandes tecnologías llegan a nuestros ordenadores, donde la Inteligencia artificial será capaz de ser más perfecta que el hombre, no somos capaces de erradicar ciertas enfermedades, no somos capaces de acabar con el hambre y resulta que cada vez tenemos más pobres a nuestro alrededor. Parece que no vemos la luz al final del túnel, que no tenemos esperanza.
Quizás, después de las lecturas que hemos escuchado hoy, nos preguntemos ¿qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas, ilusiones, sinsabores..?. ¿No tenemos los hombres otro objetivo sino producir cada vez más, distribuirnos cada vez mejor lo producido, consumir más, hasta que acabemos siendo consumidos por nuestra propia caducidad?.
El hombre necesita una esperanza para vivir con plenitud. Una esperanza que no sea una envoltura para la resignación, como aquellos que se las arreglan para organizarse una vida tolerable y aguantar bastante buen la aventura de cada día. Una esperanza que no debe confundirse con una espera pasiva, ni el arrojo ciego y falto de realismo de quien actúa a la desesperada, sin amor a la vida, y por tanto, sin temor a destruir a otros o a que lo destruyan a él.
Necesitamos en nuestro corazón una esperanza que se mantenga viva aunque otras pequeñas esperanzas se vean malogradas e incluso completamente destrozadas. Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesús de Nazaret y en sus palabras que no pasarán. No esperamos algo que no puede ser. Nuestra esperanza se apoya en el hecbo inconmovible de la resurrección de Jesús.
En el lenguaje apocalíptico de las lecturas de hoy, se nos dan toques de atención para estar preparados. Los pobres, cuya jornada celebramos hoy, también nos dan toques de atención. No podemos mirar para otro lado e ignorar la suerte de los que están en las orillas y a los bordes de los caminos de nuestra sociedad. Los pobres nos tienen que hacer espabilar de cómo cuidamos nuestro mundo, que hay 82 millones de personas que han tenido que abandonar sus casas, su falmilia, sus raíces y nosotros, a veces, no queremos mirar, los criticamos, los miramos con malos ojos y ni siquiera queremos oir sus quejas de lamentos.
Va siendo hora de tomarnos en serio las señales de los tiempos. No para meter la cabeza debajo del ala como el avestruz y diciendo que no podemos hacer nada, sino que empecemos a espabilar porque en cualquier momento nos puede tocar a nosotros.
Hasta la próxima. Paco Mira