¿TENEMOS O SOMOS MÁS?

Hay una cosa clara y es que tenemos mucho más que las generaciones que nos han precedido. Tenemos mucho más que nuestros abuelos y que nuestros padres. No solo en adelantos tecnológicos, sino en propuestas que hacemos y que la sociedad nos hace. Pero la pregunta que tenemos que hacernos, es si en valores somos y tenemos más que nuestros predecesores: ¿somos más honrados, felices, más libres de lo que fueron nuestros mayores’

Hoy el evangelio nos habla de pobreza y esta es una actitud profunda de confianza y descanso en Dios. Esta es una vivencia, una experiencia que se tiene en el fondo de la vida, del ser. Si queremos saber qué cristianos somos, miremos nuestra relación con los más pobres y débiles de la sociedad. El test del cristiano es el pobre. Comunmente solemos pensar que para saber vivir hay que ser rico, por eso ponemos nuestra confianza en el dinero; para vivir bien necesitamos mucho dinero, muchas cosas, cuanto más tengamos meor vida llevaremos.

Hoy tenemos mucho más que las generaciones anteriores, pero realmene ¿somos más?, ¿somos más honrados, más felices, más libres de lo que fueron nuestros mayores?. Del tener no viene el ser. Hablar de la pobreza crea siempre cierto escozor. La pregunta sería, ¿dónde pongo yo mi confianza?. Hoy diríamos que unos confían en la cuenta corriente, en el prestigio social… La pobreza es una actitud profunda de confianza y descanso en Dios, una experiencia que se tiene en el ser.

La pobreza, como la libertad o el celibato o el matrimonio son cuestiones radicales por las que uno opta lleno de confianza y buena voluntad. La pobreza no significa miseria. Decía san Benito que la comida no tiene que ser obsesión ni por exceso ni por defecto. Si nos fijamos en el dinero no debe ser una obsesión en la vida. La pobreza es la actitud de poner nuestra confianza en Dios, es el verdadero pobre. No tenemos que ir muy lejos, sino adentrarnos en nosotros mismos, en nuestros recorridos y vivencias, porque el ser pobre no se discute, se medita y se opta.

Dios nos mira a todos y cada uno de nosotros: a Zaqueo, a Pedro al ladrón en la cruz, a Judas, al buen muchacho de hoy. Mira al joven con afecto y le invita a la pobreza y a la generosidad. El cumplir los mandamientos no bastan para crear personas. Pero del bienaventurados los pobres no nos va a venir la riqueza. Somos bienaventurados y felices por la confianza en Jesús. La pobreza es una libertad ante los bienes, una solidaridad con los más pobres de nuestra comunidad. Si el test del cristiano es el pobre, miremos cómo es nuestra relación con ellos.

Aunque vivamos observando fielmente unas normas de conducta religiosa, al encontrarnos con el evangelio descubriremos que en nuestra vida no hay verdadera alegría y nos alejaremos del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel que se alejó muy triste porque era muy rico. Con frecuencia los cristianos nos instalamos en nuestra religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin buscar ningún cambio excesivo en nuestra vida. Hemos rebajado el evangelio acomodándolo a nuestros intereses.

A nosotros, como al del evangelio se nos dice: una cosa te falta. ¿Qué nos falta a nosotros en un mundo en el que – en teoría – no falta de nada?. Pues probablemente la salud, el trabajo, la compañía, la empatía… a todos nos falta algo. Por ello en la primera lectura se nos invita a pedir la sabiduría. Sabio es el que sabe atender a sus mayores, el que sabe acompañar en los momentos importantes de la vida, los que saben reconocer a Dios en todo aquello que hacen.

Ante el evangelio nos hemos de preguntar sinceramente si nuestra manera de ganar y de gastar el dinero es la propia de quien sabe compartir o del que solamente busca acumular. Si no sabemos dar de lo nuestro al necesitado algo esencial nos falta para vivir con la alegría cristiana.

Miremos en nuestra vida lo que nos impide seguir a Jesús; descubramos lo que nos puede dificultar el seguirle de verdad. Debemos dar gracias por tantos hombres y mujeres, jovenes y adúltos que han hecho del seguimiento de Jesús el ideal de sus vidas y a causa de ello han dejado. Honores, dinero, propiedades, casa, patria, lengua, amigos…Todos ellos han de ser un estímulo para nuestras vidas. Ojalá que en el mundo de hoy podamos oir la misma invitación que al joven rico: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres. Despúes ven y sígueme que es posible.

Hasta la próxima. Paco Mira

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