¿MERECE LA PENA DISCUTIR?

Es muy común decir que vivimos tiempos de crispación. Lo vemos en la política, en las redes sociales, en los programas de televisión y también en diferentes aspectos de la vida social: a la mínima salta al chispa y se producen discusiones, a menudo con violencia verbal y también, por desgracia, física. Y si nos detenemos en nuestros ámbito más personal, comprobaremos que también están muy presentes las discusiones. En general, consideramos a quien no piensa o se comporta como nosotros, no como mero contrincante que pretende algo distinto, sino como un adversario, como un enemigo al que hay que derrotar y, si es posible, machacándolo.

Dice el texto que los discípulos vuelven a casa. En Marcos, la casa es la Iglesia. Y allí, les pregunta ¿de qué venían hablando por el camino?. Si a nosotros nos preguntan, ¿de qué vamos hablando por la vida?. Seguro que también nos callaríamos como los discípulos, pues también nuestro interés es quién es el primero, el más importante, con quien me codeo en la vida.

La mayor parte de nnuestros temas y de nuestras actitudes son acerca del poder: económico, político, religioso, prestigio social… hasta en el ámbito familiar. También en nuestra querida Iglesia, a veces, se da el prestigio: de quien está en un determinado ministerio, de quien tiene que leer o actuar en la fiesta del pueblo o de la parroquia, de quien lleva años en la parroquia y le dejan de lado…

El poder, el mando, tiene un atractivo enorme. Hemos acabado unas olimpiadas, cuyo lema es el más alto, el mejor, el más fuerte, el más rápido. El poder sirve para algunas cosas, pero nunca sirve para que el hombre se vuelva bueno. El poder no sirve para liberrar o sanar la libertad humana, sino para suprimirla. La gracia, en cambio, hace bueno a los hombres y libera la libertad humana. El poder obliga, la gracia ayuda; el poder crea cuarteles o campos de concentración, el carisma edifica una comunidad. El poder crea bancos de dinero, el carisma multiplica los panes. El poder impone silencio, el carisma habla hasta con su silencio. El poder sospecha siempre, el carisma alienta siempre. El poder acaba por levantar una cruz y el carisma acaba por morir en ella.

Jesús llama a un niño. El niño es símbolo de debilidad, de dependencia, sino de los pobres y sencillos que le acogen a él. El camino para ser grande en la Iglesia es la acogida a los humildes, a los débiles, acoger a quien no tiene poder ni defensa. El poder en la iglesia es el servicio.

La Iglesia, mi querida Iglesia, tiene que escuchar a sus miembros, a los catequistas, a los de liturgia, a los de caritas, a los curas… tiene que ser la Iglesia del jueves santo que lava y besa los pies. La Iglesia, mi querida Iglesia ha de ser, como decía el Papa Francisco, una Iglesia como hospital de campaña donde se curan las heridas.

Podemos tener la tentación de pensar que por el hecho de haber sido cristianizados desde pequeños, de haber escuchado muchas veces la Palabra de Dios y haber participado otras tantas en la Eucaristía, estamos convertidos y tenemos los criterios de Jesús. ¿pero es así?.

Sin mirar a Jesús que nos mira, sin escuchar a Jesús que nos habla; y sin acoger y responder a sus preguntas nos podemos pasar la vida haciendo las cosas por costumbre, pero sin crecer en la fe y si avanzar en el seguimiento. Jesús nos pregunta para que aprendamos a ser sus discípulos, para que acertemos a ser cristianos. ¿«De qué discutían por el camino»»?. ¿«qué motiva nuestra vida»?.

Para ser un buen lider en la vida: comunitaria, familiar, en el trabajo, con los amigos, hay que hacer las cosas desde y con el corazón, de lo contrario seríamos unos malos mandados.

       

Hasta la próxima. Paco Mira

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