De vez en cuando, los servicios sanitarios nos recuerdan la importancia y necesidad de que donemos sangre: “dona sangre, es de vital importancia”, “tu sangre salva vidas, dónala”, “dona sangre, comparte vida”, son algunos de sus lemas. En todos aparecen unidas la sangre y la vida, porque la sangre es muy necesaria para muchas funciones vitales de nuestro cuerpo. Por otra parte, España lleva más de treinta años como líder mundial en realización de transplantes de órganos. Muchas veces estos órganos proceden de personas que han fallecido y que, por su generosidad o la de sus familiares, son donados para que quienes los reciben puedan mejorar su calidad de vida. Por eso es muy necesario e importante ser donante.
Hoy estamos celebrando la donación más grande de sangre y de órganos. La solemnidad del Corpus Christi. Hoy celebramos que Jesús nos ha donado su Cuesrpo y Sangre. Jesús es el gran Donante que se entregó por nuestra salvación y que, tras su muerte y su resurrección, continúa entregándose totalmente para darnos vida, para darnos salvación: “tomen, esto es mi Cuerpo… ésta es mi sangre”.
Hoy es un día para dejar que resuenen en nosotros las palabras de Jesús que decimos en el momento de la consagración: «tomen y coman, porque esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes. Tomen y beban, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna». Quizás estamos tan acostumbrados a escucharlas que no nos damos cuenta de su profundo significado. Cristo, por puro amor hacia nosotros, se hace donante total, nos entrega su cuerpo y su sangre, para salvarnos, para darnos su propia vida y eso que nosotros tengamos vida. Esta donación total es lo que dio sentido a la vida de Jesús y es lo que da sentido a la vida de los que, como discípulos suyos, recibimos la donación de su cuerpo y su sangre.
Y, al recibir esta donación, también firmamos la nueva alianza con Dios. Ya no es una relación meramente cultural, hecha de ritos y gestos externos, sino que es una relación de vida y amor. Jesús, al entregarse por nosotros una vez y cada vez que celebramos la eucaristía, nos enseña que la nueva alianza de Dios con nosotros nos compromete a ser tambien donantes, a entregarnos nosotros mismos a los demás por amor, porque eso es lo que realmente nos da la vida. Celebrar la eucaristía es comulgar con Jesús para vivir cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano.
Jesús quería y quiere que los suyos se sientan comunidad. A los discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús hizo al final de la cena. En vez de beber cada uno de su copa, como era costumbre, Jesús les invitó a beber de una sola, la suya. Todos compartirán la copa de la salvación bendecida por él. En ella se veía algo nuevo: esta es la nueva alianza en mi sangre. Celebrar la Eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con Jesús. Es dar gracias por todo lo recibido, especialmente por la VIDA.
La mesa del Señor está abierta a todos, pero de la mesa de los ricos de este mundo están excluidos muchos (gente de precariedad laboral, inmigrantes ilegales, vivienda abusiva…), por ejemplo ¿cuántos millones de personas viven muriendo de hambre por desnutrición?. La mesa de los ricos y de los poderosos está cerrada a los pobres.
Se me hace extraño como, a veces, el rigor litúrgico ha ido reduciendo los cubiertos de los comensales de la mesa de Jesucristo. Para muchos, la Eucaristía, la rigidez de la misma, parece un desfile militar (el cura ha dicho, la norma dice, el ritual…) Para los que andamos como podemos en la vida, la Eucaristía es Emaús, pobres hombres y mujeres a veces desesperanzados, que tienen la fortuna de encontarse con Cristo y sentarse a la mesa con él.
Es de mucho consuelo saber que la mesa del Señor esta abierta a todos, especialmente a los pecadores y publicanos. Da mucha paz saber que todos tenemos sitio en la mesa, en la fiesta del Padre. No importa nuestro pecado. Somos hijos pródigos, publicanos, magdalenas, hemorroisas, zaqueos, pero Dios nos sienta a su mesa y además encantado.
Tengamos los cubiertos preparados y ojalá que cuando nos sentemos en la mesa, sintamos la necesidad de ser donantes.
Hasta la próxima. Paco Mira