Cuando recibimos una llamada en el móvil y es un número desconocido, dudamos entre responder o no. Puede ser que sea alguien que necesita realmente ponerse en contacto con nosotros, pero normalmente tememos que sea una llamada comercial para vendernos algo o proponernos que cambiemos de compañía telefónica o eléctrica… Por eso, a menudo no respondemos o bloqueamos directamente ese número; pero siempre nos queda la duda de si sería una llamada comercial o si sería alguien que necesitaba de verdad hablar con nosotros.
Hoy en la Palabra de Dios hemos escuchado unas llamadas. No son llamadas comerciales pero sí son llamadas «masivas», generales, dirigidas a un gran número de personas. En Nínive, Jonás «empezó a recorrer la ciudad»; Pablo se dirige a Corinto y Jesús se marcha a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Hay personas a las que el cristianismo se les presenta como una religión complicada y sobrecargada de llamadas: No saben como expresarlo, pero sienten la necesidad de redescubrir cuál es el núcleo elemental y básico que les permita comprender mejor donde está la novedad de la fe cristiana.
Pero estas llamadas de la Palagra de Dios de hoy, no son para vendernos algo, sino para darnos a conocer una noticia muy importante. Jonás proclamaba que «dentro de cuantenta días, Nínive será arrasada». Pablo afirmaba que «la representación de este mundo se termina» y Jesús nos recuerda «se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios».
Estas llamadas no son algo que ocurrió en un pasado: hoy, aquí, ahora, recibimos esa misma llamada. Aunque con llamadas generales, también cada uno de nosotros, en particular, nos sentimos interpelados y nos corresponde responder o rechazar estas llamadas. Quizás el primer impulso sea rechazarlas, pensando: «más profetas de calamiddades anunciando el fin del mundo». O bien «eso del Reino de Dios me suena a cuento para críos o gente inculta». Pero ambas llamadas son una invitación a contemplar nuestra realidad. Y no es ser un profeta de calamidades afirmar que, si seguimos como hasta ahora, nuestra vida, tal y como la conocemos será arrasada y que la representación de este mundo se termina, tanto por la climatología como por los conflictos sociales, políticos, económicos, así como por el egocentrismo que crece de forma desmesurada.
Nuestro evangelista Marcos, sitúa a Jesús en el tiempo y en el espacio: arresto de Juan el Bautista y en Galilea, región insignificante. Y es ahí, donde aparece la voz de Jesús que trae la Buena Nueva. Fue el arresto de Juan el pistoletazo de salida para que Jesús diese la cara y se presentase anunciando la llegada del Reino de Dios. Ante la magnitud del acontecimiento, hay que prepararse, convertirse.
Esta conversión es ofrecida a todos, nadie queda excluído. La conversión es la respuesta a la oferta de Jesús.. En esa oferta se nos habla del proyecto de Dios que ya se ha hecho presente en nuestro mundo y para ello necesita manos, gente que le ayude y se implique: Simón, Andrés, Juan, Santiago, Loli, Pino, Paco, Higinio, Adela, Pepe… y les invita a que le sigan para hacerlos, hacernos, pescadores de hombres ante el mundo.
Es Dios quien toma la iniciativa, quien da el primer paso. Es una llamada que espera respuesta y cambio, «dejando las redes, lo siguieron». También hubo gran disponibilidad, inmediatamente dejando las redes le siguieron:¿Qué redes hemos de dejar para seguir a Jesús?: las redes del poco compromiso, las redes de la indiferencia religiosa; las redes del egocentrismo, las redes de la violencia y el odio..
Seguir a Jesús pide dejar algunas cosas o algunas personas, no porque se minusvalores, sino que teniendo todo lo que tenemos cómo damos el testimonio que se nos pide, en definitiva, convertirnos. Y la conversión es mucho más que buenos propósitos, como los de principios de año y que luego se olvidan; la conversión, para que sea verdadera respuesta a Dios, es volvernos hacia él, poner toda nuestra vida de cara a él.
Mercedes Sosa, cantaba, «cambia, todo cambia» y decía: cambia el pelaje la fiera; cambia el cabello el anciano, y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño.
Ojalá que nuestro cambio no extrañe, porque nos hemos convertido con el corazón.
Hasta la próxima. Paco Mira