Colaboración de Paco Mira en este domingo 12 de noviembre.
El idioma de una nación es algo vivo. No es una lengua muerta. Hay palabras y reglas sintácticas, ortográficas, etc… que se mantienen a lo largo del tiempo , pero los cambios sociales conllevan también cambios en el idioma. Y así, van introduciéndose palabras nuevas, mientras que otras, que eran comunes y conocidas, van cayendo en desuso y pueden llegar a desaparecer, ya que se refieren a actividades, utensilios o circunstancias propias de una época determinada. Sin embargo, hay palabras que, teóricamente, deberían seguir siendo actuales, pero cada vez son menos conocidas y utilizadas.
Hoy la Palabra de Dios nos presenta dos de estas palabras que, lamentablemente, van cayendo en desuso: sabiduría y prudencia. Según el diccionario, la sabiduría es el conocimiento profundo que se adquiere por el estudio o la experiencia, y la prudencia es sensatez y buen juicio. Si unimos las dos palabras, entendemos que los conocimientos que vamos adquiriendo debemos aplicarlos a nuestra vida con buen juicio. Por tanto, sabiduría y prudencia no son sólo palabras: definen dos actitudes necesarias para desenvolvernos del mejor modo en el día a día, y que están al alcance de todos.
De ahí la llamada aque hemos escuchado en la 1º lectura respecto a la sabiduría: «la ven con facilidad los que la aman, quienes la buscan la encuentran, se adelanta en manifestarse a los que la desean». Esta sabiduría a la que se refiere no se refiere a conocimientos intelectuales, ni se adquiere solamente estudiando; es, principalmente experiencial, se va adquiriendo a lo largo de la vida, a través de los encuentros y circunstancias (positivas y negativas) con las que nos vamos encontrando y de eso saben mucho nuestros mayores, sobre todo si tenemos actitud de búsqueda y voluntad de crecimiento. Y esta sabiduría nos va a llevar a Dios, porque El es la fuente de la sabiduría. Vivir con sabiduría nos hace ir conociendo más y mejor a Dios.
No siempre que se tiene ciencia, se tiene sabiduría. La ciencia no es sabiduría. Muchas personas científicas no saben vivir. Nuestros mayores y mucha gente sencilla: obreros, labradores, madres de familia, humildes trabajadores, no han tenido o no tienen títulos académicos, no tenían muchos conocimientos científicos pero han sido, son, sabios en la vida, saben vivir. Humildes monjes en la vida monacal, poetas, misioneros “perdidos” en la selva, mucha gente sencilla tienen calma y serenidad en la vida, tienen sabiduría.
Por eso la sabiduría se complementa con la prudencia: lo que vamos conociendo de Dios nos ha de motivar a ser sensatos y a tener buen juicio. Por eso Jesús nos ofrece la parábola de las diez vírgenes: cinco necias y cinco prudentes. Las circunstancias eran las mismas para todas: «tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo». Incluso como el esposo tardaba les entró sueño a todas y se durmieron. La diferencia es que las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
Como en toda parábola, los personajes y detalles están en función del mensaje que Jesús nos quiere transmitir. Y hoy nos recuerda que Dios, el Esposo, viene a nuestro encuentro, al de todos y cada uno. Y, en principio, todos estamos en las mismas circunstancias, todos somos capaces de encontrarnos con Dios, pero para ello debemos ser sabios y prudentes, debemos querer conocer a Dios y actuar en consecuencia de ese conocimiento. Como las vírgenes prudentes, nosotros sabemos (porque Jesús nos lo ha dicho) que Dios puede venir a nosotros en cualquier momento, incluso “a medianoche”, y que, aunque nos parezca que tarda e incluso nos durmamos, debemos ser prudentes y estar preparados para responderle. Si no lo hacemos, estaremos siendo unos necios.
Celebramos este fin de semana el día de la Iglesia Diocesana, el día de nuestra casa común en la fe. Cantaba Cecilia (allá por los años 60), mi querida España, esa España mía, esa España nuestra. Mi querida Iglesia, esa Iglesia mía, esa Iglesia nuestra. Quiero, a mi Iglesia, con sus virtudes y con sus defectos. Pero también quiero una Iglesia que no se duerma como las necias, que esté siempre atenta, que tenga la alcuza con aceite preparado; que sepa salir al encuentro del Señor en los hermanos más desfavorecidos; que sepa mantener la lámpara encendida en los momentos de mayor tempestad. Quiero mi Iglesia porque tú y yo formamos parte de ella. ¡qué fácil es criticar a nuestra Iglesia echándonos fuera, como si no estuviéramos bautizados! Quiero una Iglesia que se sienta orgullosa de su fe; que no reniegue ni se arrepienta de ella;
Seguro que entre todos podemos conseguirlo porque Juntos somos más. Una Iglesia unida – decían – jamás será vencida. No sabemos cuando el Señor nos va a visitar, pero sí debemos y tenemos que estar preparados
Termino con Fray Luis de León:
Que descansada vida
La que huye del mundanal ruido
Y sigue la escondida senda por donde han ido
Los pocos sabios que en el mundo han sido
Hasta la próxima. Paco Mira