Colaboración de nuestro amigo Paco Mira en este fin de semana donde celebramos la fiesta de San Juan Bautista.
Es verdad que el miedo es libre, dice el refrán, pero los grandes personajes de la historia han llegado a lo que han llegado precisamente por tener miedo, lo justo y necesario y no más allá de lo que corresponde. Este fin de semana tenemos el ejemplo de un personaje que se ha caracterizado por la libertad: Juan, el bautista. Llamado así por ejercer de bautista, de bautizar. Un hombre que a lo largo de toda su historia no tuvo reparo en denunciar todo aquello que estaba en contra de lo que él estaba convencido y además era cierto. Un hombre que se caracterizaba por su sencillez (vestía piel de camello y se alimentaba de saltamontes, ahora que está de moda la alimentación de estos bichitos). Un hombre que por decir la verdad le cortaron la cabeza.
Las fuentes cristianas, según el evangelio de este fin de semana, presentan a un Jesús enteramente dedicado a liberar a la gente del miedo. Le apenaba ver a las personas aterrorizadas por el poder de Roma, intimidadas por las amenazas de los maestros de la ley, distanciadas de Dios por el miedo a su ira, culpabilizadas por su poca fidelidad a la ley. De su corazón, lleno de Dios, solo podía brotar un deseo reflejado en más de una ocasión: «no tengan miedo». Son palabras de Jesús que se repiten una y otra vez en los evangelios. Sin duda las que más se deberían de repetir en nuestra Iglesia.
El miedo se apodera de nosotros cuando en nuestro corazón crece la desconfianza, la inseguridad o la falta de libertad interior. Este miedo es el problema central del ser humano y sólo nos podemos liberar de él, enraizando nuestra vida en un Dios que sólo busca el bien.
Así lo veía Jesús. Por eso, se dedicó, antes que nada, a despertar la confianza en el corazón de las personas. Su fe profunda y sencilla era contagiosa: «si Dios cuida con tanta ternura a los gorriones del campo, los pájaros más pequeños de Galilea, ¿cómo no les va a cuidar a ustedes? Para Dios son más importantes y queridos que todos los pájaros del cielo». Un cristiano de la primera generación recogió bien su mensaje: «descarguen en Dios todo agobio, que a él le interesa el bien de ustedes».
Con qué fuerza hablaba Jesús a cada enfermo, «ten fe. Dios no se ha olvidado de ti». Con qué alegría los despedía cuando los podía ver curados: «vete en paz. Vive bien». Era su gran deseo. Que la gente viviera con paz, sin miedos y sin angustias: «no se juzguen, no se condenen mutuamente, no se hagan daño. Vivan de manera amistosa».
Son muchos los miedos que hacen sufrir en secreto a las personas. El miedo hace daño, mucho daño. Donde crece el miedo, se pierde de vista a Dios y se ahoga la bondad que hay en el corazón de las personas. La vida de apaga y la alegría desaparece.
Una comunidad de seguidores de Jesús debe ser, antes que muchas otras cosas, un lugar donde la gente se libera de sus miedos y aprende a vivir confiando en Dios. Una comunidad donde se respira una paz contagiosa y se vive una amistad entrañable que hacen posible escuchar hoy la llamada de Jesús: «no tengan miedo».
Muchos estos días saltarán una hoguera. Quieren dejar atrás muchos miedos y proveerse de buenos augurios, sin embargo, no hay como la confianza en Padre Dios, la confianza de un hijo hacia su padre.
Hasta la próxima.. Paco Mira