El calendario, lo mismo que nos da, también nos lo quita. Los santos son los que nos van marcando el camino de la vida. Unas veces dejan la huella demasiado grande, otras más chicas, pero todos dejan huella. Isidro, patrón de Madrid, es el referente de los agricultores, de los que trabajan la tierra, de los que cultivan el lugar del que venimos todos, patrono de Madrid… ¡Qué bueno es que la gente reconozca las generosidades que la persona ofrece a los demás!.
Es verdad que, en general, a las personas nos atrae lo nuevo. Como explica la sicología, nuestro cerebro está diseñado para prestar más atención a los nuevos estímulos que a los que ya nos son familiares, porque nos acostumbramos a “lo de siempre” y necesitamos algo diferente. Y de esto se aprovechan para incitarnos al consumo. Periódicamente encontramos en los comercios, en publicidad, etc… la palabra: ¡nuevo!, referida a productos de todo tipo, muchos de ellos de uso cotidiano. A menudo, estos productos apenes si se diferencian de los anteriores, sólo son “nuevos” en un aspecto, pero esto ya es suficiente para captar nuestra atención y que deseamos adquirirlo.
Este fin de semana, Jesús nos propone amar. Seguro que si amamos como él lo hace, como lo hizo Isidro en su momento, no habrá mucho problema. Muchas veces se dice que al mundo le falta amor, y creo que no van muy desencaminados. El amor es veraz, como se nos dice, que “se amen los unos a los otros como yo les he amado”. ¡Qué complicado es amar con el corazón y no con la boca!. Y sobre todo acostumbrarnos a no amar, o amar a nuestra medida que casi siempre no es la medida de Jesús.
Creo que el acostumbrarnos a hacer ciertas cosas sin sentirlas, es que esas cosas se echan a perder. Las tenemos tan asumidas, que pierden su sentido. Nos pasó en la semana santa. Quizás nos hemos acostumbrado a los gestos, a los signos y a los símbolos de nuestra fe, incluso a la Palabra de Dios. Como siempre han estado ahí, como siempre lo hemos tenido cerca, como los vemos tan a menudo, hemos dejado de captar su significado, ya no “nos dicen nada”, o no nos “estimulan”.
Y quizás nos está pasando lo mismo con el tiempo de pascua: llevamos ya cuatro semanas y ya nos hemos acostumbrado de tal modo que ni siquiera nos fijamos ya en el cirio pascual y lo que representa. Por eso este fin de semana, Jesús nos insiste en que nos amemos los unos a los otros.
El estilo de amar de Jesús es inconfundible. No se acerca a las personas buscando su propio interés o satisfacción, su seguridad o bienestar. Solo parece interesarse en hace el bien, acoger, regalar lo mejor que él tiene, ofrecer amistad, ayudar a vivir. Lo recordarán así los años más tarde en las primeras comunidades cristianas: “pasó toda su vida haciendo el bien”.
Por eso su amor tiene un carácter servicial. Jesús se pone al servicio de quienes lo pueden necesitar más. Hace sitio en su corazón (un corazón, el nuestro, muy ocupado en infinidad de cosas) y en su vida a quienes no tienen sitio en la sociedad, ni en la preocupación de las gentes. Defiende a los débiles y a los pequeños, los que no tienen poder para defenderse a sí mismos, los que no son grandes o importantes para nadie. Se acerca a quienes están solos y desvalidos, los que no tienen a nadie.
Lo habitual entre nosotros es amar a quienes nos aprecian y quieren de verdad, ser cariñosos y atentos a nuestros familiares y amigos. Lo normal es vivir indiferentes hacia quienes sentimos como extraños y ajenos a nuestro pequeño mundo de intereses. Hasta parece correcto vivir y rechazando y excluyendo a quienes nos rechazan o excluyen. Sin embargo, lo que le distingue al seguidor de Jesús no es cualquier amor, sino precisamente ese estilo de amar que consiste en saber acercarse a quienes lo pueden necesitar. Creo que no se puede olvidar.
Amigos, el reto es amar, ¿lo conseguiremos?
Feliz Pascua. Hasta la próxima.