Todos tenemos un modelo de identificación en la vida. Bien puede ser aquel prototipo de hombre/mujer a la que nos queremos parecer o porque lo que ha hecho en la vida merece de tal manera la pena que me “gustaría ser como él o ella”. Sin embargo, y como decía mi abuela, “no es oro todo lo que reluce” y cuando uno escarba en alguno de nuestros modelos, nos damos cuenta que no merece la pena la continuidad o el seguimiento. Nos puede pasar con un futbolista, con un cantante, con un actor de cine… con cualquiera.
Eso, incluso puede pasar en la política, por muy desencantados estemos de la misma. No siempre conocemos el programa que nos propone un partido y más en concreto el líder de ese partido y votamos o no votamos sin conocer el contenido de su mensaje: solo lo hacemos si aparentemente nos cae bien. No digamos en las relaciones de pareja: podemos tener delante la guitarra española en cuanto cuerpo y apariencia física, pero después del maquillaje nos encontramos con lo vacío y que no tiene sentido.
La palabra de Dios de este fin de semana va en este sentido. Juzgar por apariencia no nos lleva a ninguna parte, al contrario, nos hace una llamada a ir más allá de la primera impresión en nuestras relaciones personales, sociales… para no caer en idealizaciones ni en prejuicios. La primera lectura, del libro del eclesiástico nos va a decir que cuando la persona habla se descubren sus defectos. La palabra revela el corazón de la persona. No hay que elogiar a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba a una persona.
En el evangelio, Jesús nos ha dicho que el hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón se saca el bien, y el que es malo, de la maldad se saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. No se trata de ser unos desconfiados, sino de tener bien abiertos los ojos, los oídos y el entendimiento para evitar en lo posible las malas decisiones. Se trata de aprender a discernir que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir, como dirá el Papa Francisco.
Tenemos el corazón bastante ocupado en cosas que no merecen la pena. Un corazón lleno de odio y de rencor: un corazón donde los pueblos nos invadimos pensando que tenemos la razón; un corazón donde los fines personales se ponen por encima de los partidos políticos que los ciudadanos han votado para poder vivir en concordia. Tenemos que hacer un electro de nuestro corazón, puesto que hay cosas que no concuerdan con el mensaje del propio Jesús.
La verdad es la bandera que tiene que guiar nuestros pasos, por ello “un ciego no puede guiar a otro ciego”, y en nuestro interior está el germen de lo auténtico y quien tiene su corazón lleno de coraje, de odio, de envidia, no puede tener un corazón abierto a los demás y menos a la misericordia de Dios que siempre va a intentar que el ser humano se vuelva a su favor.
Tengamos la capacidad de poder ser libres para liberarnos. Ser auténticos para que los demás crean en nosotros; ser lo suficientemente creíbles para que la sinodalidad tenga un hueco en nuestra vida y en nuestras comunidades.
Amigos, tenemos un nuevo reto en nuestras vidas. Este fin de semana el evangelio nos vuelve a poner entre la espada y la pared. Animo y ya tenemos encima a la cuaresma, con su toque de atención.
Hasta la próxima. Paco Mira