VE Y REPARA MI IGLESIA. ( Domingo 10-10-2021 )
Que todos estamos llamados a la santidad, a ser buenos, eso no lo niega nadie. que hay santos que tienen peana, tampoco. Que hay muchos que no la tienen (y a lo mejor son la mayoría), eso tampoco. Pero esta semana hemos celebrado la onomástica de uno de los que tienen peana: siendo pequeño y enjuto, se convirtió en grande y ejemplo para muchos. Hasta aquí nada fuera de lo normal: Francisco de Asís.
Francisco se convirtió en ejemplo, casi sin querer. Hijo de un rico comerciante de telas, su padre – por el negocio – se sentía orgulloso de tener un heredero que quedara con la fortuna familiar. Sin embargo, cuando iba de camino (como casi todos los santos) se encontró, en San Damián, con un Cristo que le dijo nada más y nada menos ¡ve y repara mi Iglesia que amenaza ruina!. Y ni corto ni perezoso, se remanga las mangas y empieza a levantar piedras para la reconstrucción de la pequeña ermita. Pero el encuentro con un leproso, le llevó a entender que lo que el Cristo de San Damián le pedía era otro tipo de reparación. Y lo entendió a la perfección: con el evangelio, la pobreza y la oración, se puede evitar la ruina de la Iglesia.
Curiosamente, 900 años más tarde, otro Francisco, el Papa Bergoglio, también oye a Cristo que le dice ¡ve y repara mi Iglesia!. Lo que yo ya no tengo claro es que también amenace ruina, aunque sí creo que le hace falta una ITV en todos los sentidos.
Últimamente en los evangelios del fin de semana, estamos oyendo que Jesús va de una orilla a la otra, que se detiene en el camino, que va de camino de un lado para otro… y el Papa, viajando en ese mismo camino de la historia en la que nos encontramos, decide que va siendo hora de pararse, de hacer una sentada, de escucharnos, de ver cómo nos van las cosas, de sentarse sin distinción de cargos, ni de mitras, ni de anillos episcopales…de pensar como nos van las cosas, de cambiar lo que haya que cambiar y convoca un SÍNODO. ¡Fuerte valentía la suya!, es casi como la de Francisco, el de Asís, al que tacharon de loco, de no estar en sus cabales.
Es curioso que la última vez que la Iglesia se sentó a pensar, a reflexionar fue hace 56 años, en aquello que llamaron Concilio Vaticano II. En aquella ocasión pensaron las «cabezas privilegiadas» de la Iglesia, los grandes teólogos, los que entendían de cómo tenía que ir la Iglesia. Gracias a ellos, hemos avanzado un montón.
Ahora se pide la opinión no solo a las mitras y anillos, a los decanos de facultades teológicas, a los grandes pensadores y escritores de libros de teología. Ahora, Francisco, el Bergoglio, quiere saber la opinión de la catequista de niños, del catequista de jóvenes, del animador de la liturgia, del que limpia la Iglesia, del que atiende el archivo, del que hace que las celebraciones puedan ser más amenas con los cantos, del que ocasionalmente se acerca a la parroquia. En definitiva, tú y yo tenemos la palabra.
Que maravilloso es que podamos tener la Iglesia que queremos. Que no sea de antojo personal, sino la más fiel a la realidad del evangelio. El evangelio está en la calle, en la realidad pandémica de cada día, en la realidad del ERTE, en la realidad del desahucio, en la realidad de las colas del hambre… y la Iglesia, nuestra Iglesia santa y pecadora tiene que dar respuesta a esa realidad que estamos viviendo y es por ello que tenemos que caminar unidos, juntos para lograrlo (sinodalidad). E incluso si tiene que pedir perdón que lo haga, debe hacerlo.
Amigos, estoy animado a ello y más teniendo en cuenta el evangelio de este fin de semana que nos llama a la humildad: «no lleven nada para el camino…», ¡cuanta carga hay que dejar para que la Iglesia pueda funcionar de verdad!. El de Asís, vivió la alegría del evangelio; Bergoglio Evangelii Gaudium; El de Asís llegó a proclamar «loado seas mi Señor por la hermana madre tierra», Bergoglio Fratelli Tutti. ¿Casualidad, o signo de los tiempos?
Apuesto por ello y les invito a que nos animemos.
Hasta la próxima. Paco Mira