Esta semana me voy a saltar la norma. Saben que suelo adaptar la palabra de Dios del fin de semana, a alguna realidad concreta que estemos viviendo. Y esta semana, me quiero fijar en el cumpleaños de mi madre. De una madre se puede decir de todo, y siempre bueno. De una madre podemos aprender de todo, y siempre bueno. De una madre podemos seguir el ejemplo, y siempre bueno…. si es que ¡madre solo hay una!.
Este año, María, la del Pino, la de Teror está un poco extrañada porque le va a faltar la algarabía y el bullicio de este fin de semana. Ese ruido a comentario, ese olor a sudor y camino de pies con callos por promesas que esperan ser cumplidas o esas colas interminables con advertencias que casi quedan en afonía para mantener el silencio en la basílica…. ya no se van a dar. María, seguro que lo echa en falta. Como cualquier madre que no entiende que cuando sus hijos están en casa, estén callados cual convento de clausura.
Pero este año, María, la del Pino, ha bajado a ras de suelo. No saldrá en procesión, no recorrerá las calles del pueblo y por extensión las calles de toda la isla, pero junto al altar mayor, pisando el suelo igual que muchos peregrinos, recoge el anhelo, la angustia, la ilusión, la esperanza… de todos los que con sinceridad de corazón se acerquen a compartirlo con ella.
Y es que este año ha sido raro, atípico. Un pequeño, pero matón, virus ha condicionado la vida de todo un planeta. No se ha salvado nadie. Muchos han acudido a la madre, a su madre. Le han llevado sus penas y alegrías, su enfermedad, su dolor, sus lágrimas desconsoladas por la pérdida de un ser querido… y María seguro que no se ha mantenido en silencio, «lo ha guardado todo en el fondo de su corazón», pero también ha intercedido para que su hijo Jesús conforte en el dolor a quien pone en él su confianza.
Este año también subirá Francisco Cases, Don Francisco, nuestro Obispo. Todos los años, y ya van 15, sube todos los 8 de septiembre para dos cosas fundamentales: agradecer el año pastoral que termina y presentar el nuevo año. Pero resulta que este año será especial para él, porque se va a despedir de todos los canarios y también de su madre en la fe. No la abandona, cambia de residencia. Seguro que será una despedida sentida, entrañable, de recuerdos inolvidables, de grandes momentos en su pontificado, de celebraciones dignas de ser mencionadas (la bajada de la virgen a la capital o el recorrido por los lugares del incendio, por ejemplo), de acompañamiento a compañeros sacerdotes que ya están en la casa del Padre…. todo, seguro que todo lo va a poner en manos de María.
Y es curioso como la liturgia de este día 8, el evangelio, es la genealogía de Jesucristo. Es decir, los hijos de una madre a la que no se le olvida el nombre de ninguno de ellos. En esa genealogía no hay distinción de razas, de creencias, de colores, de profesiones…. en ella estamos todos y cada uno de nosotros y nuestros nombres también están escritos en su genealogía.
Felicidades mami. Felicidades María por ser como eres y por tener ese corazón en el que cabemos todos y cada uno de nosotros. No dejes nunca de atender nuestra humilde plegaria. Sigue guiando al pueblo canario, ahora castigado por un virus, hacia la senda del amor y de la solidaridad con los pobres y con los más necesitados.
Amigos, porque María está de cumpleaños, nosotros estamos de fiesta. Recordémosla, querámosla y no solamente por momentos puntuales, sino para siempre como madre nuestra que es. Vivamos la fiesta, pero seamos responsables.
Hasta la próxima. Paco Mira