Allá por el mes de febrero, los cinéfilos están de fiesta. Se resuelven los premios óscar a las mejores producciones cinematográficas de todo un año. Cada uno compite en su idioma, con sus mejores actores, con nervios y cada uno esperando que su nombre sea el del sobre ganador: por prestigio, reconocimiento, mérito, etc… Para entrar en el teatro donde todo ello acontece, se coloca una alfombra roja, la de los grandes acontecimientos y donde las grandes estrellas van pasando para posar ante los medios de comunicación de todo el mundo y que su imagen quede para la posteridad.
Los cristianos también tenemos una estrella que sea pasea y camina por la alfombra de todo el mundo y por la vida de todos y cada uno de nosotros. Es más: la llevamos con nosotros y cada uno tenemos que saber llevarla de la mejor forma posible, porque es nuestra seña de identidad y hemos de dar cuenta de ello. Es la cruz. Cruz que nos identifica, que nos ha de motivar y que nos tiene que animar en el camino de la vida.
Este fin de semana celebramos la exaltación de la cruz. Precisamente en un domingo donde Jesús le pregunta a sus amigos, quién es él para ellos. Quién es él para nosotros. Muchos, si nos hicieran esta pregunta hoy, (y creo que es bueno que nos la hagamos), responderíamos con lo aprendido en teología, o lo aprendido en el catecismo, o con lo que nuestros padres nos pudieron enseñar de pequeños y de memoria, pero vivencialmente, ¿quién es Jesús para ti y para mi?.
Igual la pregunta es si hemos asimilado en nuestra vida, la vida de Jesús. Una vida que ante las dificultades de la mism no se ha amilanado, todo lo contrario, se asume y sabiendo que nadie va a aplaudir por lo que se hace, sino que se criticará por la entrega desde y con el amor hacia los demás; es un símbolo que hemos asumido como propio: la cruz.
El evangelio de este fin de semana nos interpela a que no hagamos como la gente de la época de Jesús que tenía una idea sesgada o parcial de Jesús, que lo identificaba como un superhombre, pero sin entrar a reconocer que el Hijo de Dios. O como hizo Pedro, que sabemos la respuesta correcta, pero en el fondo tenemos nuestra idea de Jesús y cuando no actúa en nosotros (cuando pedimos algo), creemos que tiene que hacerlo, acabamos rechazándolo. Muchas veces – como relata el texto – pensamos como hombres y no como Dios.
Ser cristianos no consiste en tener una idea de quien es Jesús o saber la teoría de quién es, sin profundizar en lo que significa ser Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre. Muchos cristianos se sitúan ante Jesús como el que va al cine y cómodamente en su butaca ve una película como mero espectador. O como el que lee una novela y se identifica con un personaje ficticio.
Ser cristiano es seguir a Jesús, hacer nuestras sus actitudes, sus enseñanzas y sus consecuencias aunque suponga un cambio radical en lo que pensamos: si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Ser cristiano no es seguir a un personaje de película o a un personaje de novela cuyo desenlace lo hago cuadrar a mi forma y manera. Ser cristiano es meternos de lleno nosotros en la historia donde el protagonista es el propio Jesús.
Y tomar la cruz significa, entre otras cosas, lo que nos dice Santiago en la segunda lectura, que la fe se justifica por las obras. ¿de qué nos sirve decir que tenemos fe en Jesús, si no aceptamos su forma de actuar, si no estamos dispuestos a seguirle , aunque eso conlleve negarnos a nosotros mismos y cargar con la cruz?. Dejemos que el Señor nos enseñe a “pensar como Dios y no como los hombres” para vayamos teniendo una idea clara y completa de quien es él y así nuestras obras manifiesten la fe que profesamos de palabra.
Pasemos por la alfombra roja. Que cada uno lleve su propia cruz y que cuando nos vean no nos tengan que preguntar quien es Jesús para nosotros, sino que nuestra vida es la misma de Jesús
Hasta la próxima. Paco Mira