En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, así comenzamos los cristianos la oración, confesando nuestra fe en la Trinidad. Lo hacemos con toda naturalidad, sin querer comprender intelectualmente, a cada instante, el misterio que dicha afirmación encierra. Hemos conocido que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu. Esa es nuestra fe.
Cuando en el año 180 a un mártir le preguntaron qué era el cristianismo, este respondió al que lo iba a ejecutar: «si lograras mantener los oídos atentos, te revelaría el misterio de la simplicidad». Pero, ¿en qué consiste el misterio de la simplicidad?. Es la experiencia de que Dios ha entrado en nuestra historia como Padre amoroso, como madre amorosa y nos ha entregado a su Hijo encarnado en nuestra carne y miseria, con la fuerza y entusiásmo del Espíritu que todo lo vivifica.
¿Podemos vivir, experimentar, ese misterio de la simplicidad?.¿podemos experimentar a ese Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo?. Por supuesto. La fe cristiana lo ha vivido y experimentado a lo largo de los siglos y hoy nos invita a hacerlo también. Para ello revisemos el Credo.
Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra. En el Credo confesamos que la vida es fruto de la continua acción creadora de Dios. Contemplemos la creación. Contemplemos la acción dde Dios. Acojamos la vida, vida que nos es dada gratuitamente, en cada instante, vida que nace del amor infinito de Dios. No estamos solos, no somos fruto del azar, nuestro destino no es la nada. Vivimos en las manos amorosas del Padre. Jesús nos ha revelado que Dios es Abba y que es padre nuestro, padre de todos. Acojamos y contemplemos. La fe es contemplar.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor. Dios Padre nos ha regalado a su Hijo. En Él, nacido como uno de tantos, hemos visto el rostro de la misericordia infinita. Él es, para siempre, Dios con nosotros. Jesús nos ha descubierto, con su palabra y con su vida, como es Dios. Es como el Buen Pastor en busca de la oveja perdida, es como el padre bueno de la parábola del Hijo pródigo, es como el buen samaritano. Con su vida, fiel hasta la muerte, Jesús nos ha revelado el amor increíblemente fiel de Dios, que es Padre y Madre. Escuchemos y veamos. La fe es ver y escuchar a Jesús.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. El Espíritu que desde el principio hizo posible la vida. El Espíritu que impulsó la vida de Jesús y que hizo posible el nacimiento de la Iglesia. El Espíritu que anima nuestra vida y nos impulsa hacia la belleza y la bondad. El Espíritu que enciende en nosotros lafe, el amor y la esperanza. El Espíritu que nos llama a ser discípulos y testigos de Jesús.
Desde el principio de los tiempos, con la palabra Dios, el ser humano ha querido designar la realidad primera y fundante de todo lo bueno y bello que existe. Algunos pueblos antiguos pensaban que eran dioses, las grandes fuerzas de la naturaleza, los astros, todo aquello que era superior a ellos. Nosotros profesamos nuestra fe en un Dios único, porque así ha ido revelándose Dios a lo largo de la historia, tal y como lo encontramos en la primera lectura de hoy: «reconoce hoy, medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios… no hay otro».
Este Dios que es Padre, Hijo y Espíritu, espera una respuesta por nuestra parte y un seguimiento incondicional: «vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Hasta la próxima. Paco Mira