Angeles tiene 78 años, es viuda, y decidió ir a una residencia de mayores para no ser un peso para su hija que trabaja en una tienda para mantener a su niña pequeña. Siempre fue una mujer risueña y dicharachera. Al poco de entrar en la residencia, se cayó, y como apenas caminaba porque no había personal suficiente para acompañarla en los paseos, ahora está en una silla de ruedas. Por la mañana, después del desayuno, la colocan en una sala frente a un televisor, así transcurre todo el día salvo el rato de la comida y algunas visitas al baño. Se ha convertido en una pequeña isla en medio de un gran archipiélago: eso es lo que parece la residencia donde vive, decenas de personas aisladas, sin apenas comunicación entre sí, sentadas frente a una pantalla. Siempre esperan una visita, tienen muchas cosas que contar y una bella sonrisa con la que nos reciben.
Hay muchos ancianos que, como Ángeles, viven de la visita, del encuentro, y en eso son los maestros de la espera. Adviento significa que hay alguien que viene. Es una buena noticia para los que esperan. Los pobres son los grandes maestros del adviento porque son los que más esperan. Muchas desilusiones han tocado sus vidas, a las que desde hace demasiado tiempo nadie llega con una buena noticia. Viven con alegría un adviento, aunque quizás no lo llamen con ese nombre.
El caso de Angeles puede ser el de Tania de 7 años que todas las noches llora porque está a la espera de la visita de su padre combatiente en Ucrania. O Ousmane que pide en la puerta del supermercado de mi barrio y que se alegra cuando le das los buenos días. O Kennetd Smith que en USA espera la sentencia de la pena de muerte… ¡cuantas esperanzas siguen resistiendo todavía en medio de largas noches oscuras!
El corazón del adviento es que Dios se acerca a la historia de los hombres, de los pueblos y la buena noticia es que la historia no está abandonada a sí misma. Y esa buena noticia nos presenta de nuevo hoy a un hombre que ha sido enviado por Dios, de nuevo Juan el Bautista, y que nos dice que no conocemos y que él mismo no era la luz, sino testigo de la luz. Por eso si a lo largo de los años, no se contagia y se transmite la experiencia de la Luz, se produce una ruptura: los Obispos y presbíteros siguen predicando el mensaje cristiano. Los teólogos escriben sus estudios; los pastores administran sacramentos, pero si no hay testigos capaces de contagiar algo de lo que se vivió al comienzo con Jesús, falla lo esencial.
En nuestras comunidades estamos necesitados de esos testigos de Jesús. El bautista le abría camino en medio del pueblo judío. En medio de la oscuridad de nuestros tiempos necesitamos testigos de la luz. Necesitamos creyentes que despierten el deseo de Jesús y hagan creíble su mensaje. Cristianos que, con su experiencia personal, su espíritu y su palabra, faciliten el encuentro con él. Seguidores que lo rescaten del olvido para hacerlo más visible entre nosotros.
Testigos humildes al estilo del Bautista, no se atribuyan ninguna función que centre la atención en su persona robándole el protagonismo a Jesús. Seguidores que no lo suplanten ni lo eclipsen. Cristianos sostenidos y animados por él, que dejan entrever tras sus gestos y sus palabras la presencia inconfundible de Jesús vivo entre nosotros.
Los testigos de Jesús no hablan de sí mismos. Su palabra más importante es la que dejan decir a Jesús. En realidad, el testigo no tiene la palabra. Es solo una voz que anima a todos a allanar el camino que nos puede llevar a él. La fe de nuestras comunidades se sostiene también hoy en la experiencia de esos testigos humildes y sencillos que en medio de tanto desaliento y desconcierto ponen luz pues nos ayudan con su vida a sentir la cercanía de Jesús.
Dice Juan que entre ustedes hay uno que no conocemos y por ello toda su preocupación está en allanar el sendero. Hoy es el domingo de Gaudete, de la alegría. No sé si dsada la situación de nuestro mundo, donde imperan las guerras, el odio, la destrucción, tenemos fácil abrir el corazón a la alegría. Pero esta alegría tiene que brotar de la experiencia del amor de Dios que nos trae Jesús de Nazaret, el es la Luz y la Palabra.
A veces tenemos la impresión de que los seres autosuficientes, los grandes personajes, existen solo a nivel de lo grande en lo político, en lo social… Pero también se da en lo pequeño, en lo cotidiano de cada día. No podemos salvar a nadie, no podemos llevarnos el mundo por delante, no somos el Mesías.
Esta es la respuesta de Juan: no es el Mesías, es su instrumento; es es el Salvador, pero es el que dispone los corazones para su venida. Nuestra verdadera identidad la descubrimos cuando no nos creemos el Mesías y renonocemos que somos meros anunciadores, testígos del Mesías.
La alegría de nuestra protagonista, Angeles, la viuda de la residencia, es la que a pesar de las dificultades de la vida, tanto personal, familiar, social… es capaz de querer continuar viviendo en la espera, el adviento que nos tiene que llevar a la Navidad, al nacimiento real en el corazón de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades.
Hasta la próxima. Paco Mira