Paco Mira con este comentario habitual, se suma a la clausura de este año litúrgico este domingo 26 de noviembre a la espera del Adviento.
Uno de los significados de la palabra reinar es que algo prevalezca sobre lo demás, y extendiéndose. Y desde hace unos cuantos años vemos que en nuestro mundo reina cada vez más el caos. Sería largo enumerar los acontecimientos que lo demuestran: guerras, cambio climático, hambre, crisis económicas, sociales, políticas, migratorias o de refugiados.. Muchos de los principios y valores que sostenían la vida de las personas son cuestionados, ignorados o directamente rechazados. Todo esto provoca que también en nosotros reine el miedo, el desconcierto, la incertidumbre, parece que ya no hay nada seguro sobre lo que cimentar nuestra vida.
Este fin de semana celebramos que Jesús de Nazaret es rey. Y lo hacemos porque él mismo lo confirmó cuando Pilato le pregunta si es rey: «tú lo dices, soy rey», pero a continuación remarca que «mi reino no es de este mundo», no es un reino de black fryday. Un reino de esos que adquirimos con un boleto en cualquier atracción de feria de cualquiera de nuestros pueblos. No es un reino de bajo coste. Es un reino de sangre, sudor y lágrimas, por eso no está de rebajas.
El evangelio de este fin de semana, nos presenta casi un examen, del que ya sabemos las preguntas, pero que no somos capaces de aprobar o que al menos llevamos siglos intentando llevarlo a la práctica y no lo conseguimos. Es un exámen cuya pregunta básica es una: ¿cuánto has amado en esta vida?.
Todos los hombres y mujeres sin excepción seremos juzgados por el mismo criterio y lo que le da un valor imperecedero a la vida no es lo social, o el talento personal, o lo logrado en esta vida. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda. Y el amor no se compra en un black fryday o en un establecimiento oriental.
Este amor, del que tendremos que pasar exámen, se traduce en verbos que conjugamos todos los días: dar de comer, de beber, acoger al inmigrante, vestir al desnudo, visitar enfermos o encarcelados… verbos que se convirtieron – algunos – en lo que llamamos obras de misericordia que todos aprendimos de memoria pero que ninguno cumplimos. Ojo estos verbos, lo mismo pueden brotar de una persona creyente que de un agnóstico que piensa en los que sufren. Todos ellos tienen la misma invitación: vengan benditos de mi Padre.
¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda?. Porque según dice el Juez, lo que se hace o se deja de hacer a ellos se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo Jesús. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos abandonando al mismo Dios.
No hay política progresista (tanto que hablamos últimamente de un gobierno progresista), si no es defendiendo a los más necesitados. Los verbos antes mencionados, nos tienen que poner mirando a los que sufren. Ellos tienen que ser el espejo en el que nos miramos todos aquellos que compartimos la fe diária o semanalmente. Porque en cada persona que sufre, Jesús sale al encuentro nuestro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren.
No quiero olvidarme de todos aquellos que se acercan a los que menos tienen. No trabajan por ganar dinero, su vocación es hacer el bien gratuitamente. Los podemos encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos, aliviando a ancianos solos, atendiendo a vagabundos, escuachando a gente sin esperanza, cuidando a niños abandonados… No son seres vulgares, pues su trabajo está movido por el amor. León Tolstoi, aquel escritor ruso, decía:« se pueden talar árboles, frabricar ladrillos y forjar hierro sin amor. Pero es preciso tratar con amor a los seres humanos… si no sientes afecto por los hombres, ocúpate de lo que sea, pero no de ellos».
Al final, no se nos va a juzgar por las bellas teorías ni grandes palabras, sino por el amor concreto a los necesitados. Grabemos en nuestro corazón aquellas palabras que dicen ¨Vengan, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber…». Ahí está la verdad última de nuestra vida, porque al atardecer de la vida, nos examinarán del amor.
Hasta la próxima. Paco Mira