Colaboración de Paco Mira en este V domingo de Cuaresma.
Últimamente están floreciendo (si es que a eso se le llama florecer), los concursos agresivos. Donde la maña nada tiene que ver y donde la fuerza bruta es la que predomina: concurso de bofetadas, campeonatos de lucha donde parece ser que todo vale, pulsos para ver quién es el más fuerte, etc… Creo que tienen bastante adeptos: dime qué es lo que te entretiene y luego te diré de qué pie cojeas. Incluso hasta se juega dinero.
Este fin de semana, con el que prácticamente acabamos la cuaresma, existe también un pulso. Un amigo íntimo de Jesús muere y las hermanas le echan en cara el que “para tener amigos así, vale más no tener ninguno”. Le reprochan que su presencia probablemente hubiera evitado el desenlace fatal del final.
Jesús, muestra -en primer lugar – su humanidad: llora. Y me atrevo a asegurar que llora no solo por la muerte de un amigo, sino por la impotencia que todos sentimos ante la muerte. Nos sentimos fracasados. Incluso hoy nos preguntamos, igual Jesús también lo hizo, ¿por qué hemos de morir?, ¿por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, en definitiva, más vida?.
Creo que puede ser la pregunta del millón, ¿qué va a ser de cada uno de nosotros?, ¿qué podemos hacer ante la muerte?
Ante el misterio último de la muerte, los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. Hemos de acercarnos, eso sí con humildad porque no queda otra, al hecho oscuro de nuestra muerte, que aceptarla con humildad.
Ahora bien, ¿qué nos espera cuando llegue el momento? Es el maravilloso diálogo entre Jesús, Marta y María. Hemos pasado del cabreo, del echar en cara la ausencia en momentos de despedida, de señalar con el dedo que no ha estado cuando debía… a creer no en el más allá, sino en la persona de Jesús, el Cristo. Cuando Jesús le pregunta a Marta si cree en la resurrección, ella le dice que entrará en el lote como los demás, pero al final le dice, “creo que tú eres el Mesías”.
Aquí está la clave de todo. El cristiano tiene que adherirse, no a un hecho como tal, sino a una persona. Es la persona que en el desierto fue tentado – como nosotros – pero siguió adelante, es el que se manifestó delante de los amigos que les hizo exclamar lo bien que se estaba en cualquier lugar en el que esté Jesús; fue el que se hizo el encontradizo con una mujer con la que no se hablaba; fue el que oyó la voz de los que se encuentran a las orillas de los caminos de nuestra vida y que nos piden algo de luz. Ahora, después de todo esto, nos dice (como le dijo a Marta), ¿crees esto? Y Marta le contesta, yo creo en ti.
¡Que maravilloso texto! ¡Qué maravilloso pulso, entre la vida y la muerte que solamente tiene un ganador! Muchos dirán que después de la muerte no hay nada más que el deterioro de quien lo ha dado todo en esta vida: en la familia, en el trabajo, con los amigos, en las ilusiones y en las esperanzas, también en los fracasos. Pero hay otros que esperamos que, como a Lázaro, oigamos nuestro nombre y podamos salir vivos de nuestro pulso con la muerte.
Marta lo creyó. Probablemente se le quitó de cuajo el cabreo, porque quedó convencida ante la evidencia. Jesús es la resurrección y la vida, nunca le va a dar cancha a la muerte. Nuestra fe confiesa que Jesús ha muerto y ha resucitado. Si no fuera así, vana sería nuestra fe.
Me resulta curioso el segundo plano de María en esta escena. Marta es la que da la cara. María ahora espera el argumento de su hermana que no es otro que el que estaba muerto (Lázaro) ha resucitado, ¿crees esto?. Seguro que sí.
Preparémonos a la semana santa con la sensación de haber vencido a la muerte y que la vida siempre va a tener la última palabra.
Feliz Cuaresma. Hasta la próxima. Paco Mira