Debería comenzar felicitando el año. Muchos se extrañarían, pero otros muchos lo entenderán. Hemos acabado un año (litúrgico) y comenzamos otro, además por la letra A. Volvemos a intentar revivir algo que creemos que se nos ha perdido como es la esperanza. ¿Tan difícil es vivir sin ella?. Pues parece que sí. Nuestra sociedad, azotada por tantos malos augurios, vive en un estado general de tristeza. Ansiedad, depresión, suicidios, aumentan su incidencia cada año. La salud mental se ha convertido en un problema social de primer orden. Es alarmante. España tiene hoy la mayor tasa de consumos de psicofármacos a nivel mundial. ¿Habrá que resignarse o simplemente tirar para adelante?.
Aquí vamos tirando, como animales de carga, condenados a hacer lo que toca, sin saber a dónde nos dirigimos, sin tomar responsabilidades en el camino por el que vamos arando el suelo, arrastrando el peso… Nuestro corazón se rebela ante esto, ¡no hemos nacido para resignarnos!. Pero para salir de ello nos hace falta una luz, un motivo. Y hemos conseguido una falsa solución: llenemos la calle y los escaparates de luces de colores. Por ejemplo, en Vigo se inaugura la Navidad con once millones de bombillas.
Que la gente se anime, que salgan, que consuman… programemos una mascarada de caras felices y gestos amables. Dispongámonos a reír un rato…¡Quedan todos invitados a la fiesta!… pero ¿todos?, ¿qué fiesta?. Cuando no sabemos realmente lo que celebrar, cambiaremos de fiesta y de fecha y hasta de nombre las mismas. Algunos nos achacan que nos falta ilusión a lo que hacemos. A lo mejor hasta es verdad, pero lo que nos hace falta no es ilusión sino entusiasmo, que es la alegría esperanzada de los que tienen su fundamento en Dios.
Por ello tenemos alegría. No es una alegría ilusoria, ha perdido el riesgo de ser vana, esta alegría se llama esperanza, Buena Noticia. Tenemos el fundamento para la esperanza, y por lo tanto para una alegría desbordante, se llama Jesús y con ese fundamento ya no hay nada que temer.
Es curioso cómo cambian los tiempos. Tiempos en los que la Iglesia tenía la última palabra, pero la Navidad tenía un sentido grande y enorme. Hoy que la iglesia quizás ya no tenga la última palabra hemos perdido el sentido de reunión, de alegría, de entusiasmo en alguien que da sentido a nuestra vida y por ello estamos alegres.
Comienza el adviento. La llegada de alguien importante para nosotros. La llegada de quien tiene la última palabra en nuestra existencia. Probablemente no le demos todo el valor que ello conlleva. Por eso la Iglesia, la gran pedagoga de nuestra fe, cambia el color de las vestimentas: el morado. Es necesario pensar, reflexionar, meditar y ver si tenemos que cambiar para acoger al personaje que va a llegar.
Ojalá que el color y las luces se queden sombrías ante la LUZ que llega e ilumina la existencia de todos y cada uno de nosotros. Preparemos desde ya el pesebre de todos y cada uno de nuestros corazones; hagamos la cama de la humildad para acoger al que da sentido a nuestra vida. Iremos observando a ciertos personajes que nos van a ayudar en esa preparación.
Ojalá que las calles iluminen el corazón de todos nosotros para darnos cuenta de la miseria de tantos y tantos hermanos que duermen en la calle, que no tienen que llevarse a la boca, que no tienen un confortable colchón donde descansar su castigada espalda. Ojalá que nuestros corazones nos disipen las cataratas visuales que impiden ver en el hermano a tantos Jesús de la vida que caminan con nosotros, por nosotros y entre nosotros.
Amigos, acojamos al adviento. Acojamos al que llega, preparemos su posada. Todavía tenemos tiempo, porque la esperanza es lo último que se pierde.
Feliz Adviento.Hasta la próxima. Paco Mira