¡Pues no se crean que es fácil!. Seguro que muchos de nosotros, antes de comenzar las vacaciones (los que han tenido la suerte de tenerlas), nos hemos dicho que teníamos que aprovechar este tiempo para ordenar cosas, hacer limpieza, retomar aquello que había abandonado, dedicarme a aquello que durante el año no hago…. Pero, ¿cuántos de nosotros hemos cumplido aquello que dijimos y no hicimos?. Veo que esa es la fragilidad del ser humano.
A nivel de fe, nos puede pasar lo mismo. El verano fue una oportunidad para descansar, para hacer aquello que normalmente no hacemos durante el año, para ponernos al día en las relaciones familiares que el curso interrumpe por horarios que a veces no son compatibles, etc…. Es más, el propio Jesús y Padre Dios, en verano, no han descansado. Algunos lo han visitado, han compartido conversaciones coronarias, (desde el corazón), han compartido silencios muy significativos, lo han sentido en las relaciones humanas… Dios, como digo, no ha descansado.
Es más, últimamente se ha atrevido a darnos algunas pistas para aquellos que queremos seguirle. Han sido como pinceladas que ahí han quedado y que los que han querido la han recogido y otros a lo mejor nada: recuerdo que este verano se nos ha recordado la posibilidad de entrar por la puerta estrecha (algunos con los kilos del verano seguro que optarían por otro tipo de puerta, pero por ahí no iban los tiros); se nos ha hablado de humildad: el cristiano no solamente es el que se ha bautizado (condición indispensable), sino aquel que una vez bautizado mantiene una serie de requisitos como la humildad, la sencillez, el no creernos mejor que nadie, etc…
Resulta que ahora que comienza el curso; ahora que el mes de septiembre nos devuelve a la realidad cotidiana, a lo – quizás para algunos o muchos – rutinario, se nos pide una nueva pista: abandonar lo superfluo y cargar con la cruz. Muchas son las disculpas con las que normalmente justificamos nuestra escasa o nula relación con Jesús: el estrés, el trabajo, los hijos, los gastos, la crisis económica, etc…pero da la casualidad que no dejan de ser más que eso: disculpas.
Son muchas las personas adultas que, en un momento dado, piensan: “No puedo con mi vida”. No se trata de una frase hecha que decimos tras unos días de más o menos trabajo y agobio. Es un sentimiento más profundo y más serio, por la certeza de haber llegado a un punto en el que no se ve futuro. Unas veces se debe a circunstancias externas más o menos repentinas (crisis económica, ruptura de relaciones, enfermedades graves…) que rompen todos los proyectos. Pero otras veces ese sentimiento surge al constatar que, durante muchos años, ha habido una serie de decisiones y actitudes tomadas de forma irreflexiva, que nos han ido metiendo en ese callejón sin salida.
Abandonar a nuestro padre o a nuestra madre no es un deseo divino, sino es poner en el lugar que le corresponde a cada uno. Dios tiene – si estamos convencidos de ello – que estar por encima de aquello que nos impide tener una relación clara y nítida con él y a veces la disculpa es fácil por decir que nuestros padres están por encima.
Tenemos que decidirnos ya. No es cuestión de “dejar para mañana, lo que podemos hacer hoy”. No podemos construir una torre sin tener los planos bien hechos para evitar que se caigan. Tenemos que asumir nuestra propia vida, cargar con nuestra cruz, saber hasta dónde podemos llegar, ser sinceros en nuestra relación con Dios, no buscar escusas, y sobre todo tenemos que ser ejemplo y espejo donde muchos nos miran. Hay veces que critican a la Iglesia como institución por no cumplir con aquello que predica, pero no nos olvidemos que la Iglesia somos tú y yo.
Hasta la próxima. Feliz inicio de curso. Paco Mira