El evangelio de este fin de semana, son de esos evangelios que los podíamos aplicar a cualquier fin de semana. De esos hay unos cuantos a lo largo del Nuevo Testamento. Es también curioso, que probablemente muchos habrán dicho que «por fin se acabó todo»: ya está bien de procesiones en la calle, de interrumpir el tráfico, de decirnos a los demás que no podemos comer carne, de celebraciones en la Iglesia que son interminables, etc…
Sin embargo da la casualidad que ahora empieza todo. De nada sirve lo que hemos estado haciendo hasta ahora, si a partir de ya no lo ponemos en práctica. El evangelio nos presenta una situación que creo que hasta ahora nosotros, como cristianos la llevábamos a la práctica: estaban con las puertas cerradas por miedo. Probablemente hasta hace muy poco, los cristianos teníamos las puertas de nuestras iglesia cerradas con la intención de que no nos quitaran nada de lo que tenemos dentro y que el que quisiera estar con nosotros nos tenía que llamar.
La situación ahora ha cambiado: hay que abrir puertas, no hay que tener miedo, hay que salir fuera a los marginados, a las orillas de los caminos, a los enfermos que la sociedad ha diagnosticado aunque muchos no lo estén… y ofrecer nuestra realidad. Una realidad, a veces, incomprensible; una realidad por momentos dura y muy dura, pero una realidad que probablemente tenga que ver con el servicio (jueves santo), por el sacrifico (viernes santo) y por el triunfo de la verdad y de la justicia.
¿ De qué, a qué y a quién tenemos miedo hoy?. ¿a ser sinceros?, ¿a proclamar allí donde nos encontramos que Jesús es la defensa de mi vida y que nadie ni nada me hace temblar?, ¿a que nos señalen con el dedo y nos critiquen por ello?. Creo que hemos pasado de una situación de privilegio (y de ello no hace muchos años) a una situación de dependencia, de testimonio, de fiabilidad y de credibilidad. Mirémonos en el espejo y preguntémonos ¿qué vemos?
El relato sigue con la historia de Tomás. Siempre me he preguntado si yo puedo ser un rebelde del cristianismo, que mientras los demás o muchos creen porque la tradición y la fe de sus padres se lo ha confirmado, yo no necesito gritar que mientras no toque con mis manos las llagas y meta los dedos en su costado…¡Ay, cuantas heridas habría que tapar con nuestras manos!
Cuando uno mete la mano en la herida con la intención de curar y de sanar, es porque está convencido que lo va hacer: la herida del odio, la herida del rencor, la herida del no saludo, la herida de la soledad, la herida del abandono…. tantas y tantas heridas que mis manos pueden ayudar a curar, simplemente porque he metido mis manos en la propia esencia de Jesús de Nazaret.
Les confieso que asistir a los oficios de semana santa, probablemente no nos cueste mucho, a lo sumo llegar un poco antes para que no nos quiten el sitio y que pueda ver mejor. Pero cumplir con la Pascua de Jesús de Nazaret no es tan fácil: ¡cuántas veces se me presenta en la calle el propio Jesús y probablemente diga, como Pedro, que no lo conozco ni de vista!
Dichosos los que crean sin haber visto. Claro que sí, pero probablemente tengamos que hacer en más de una ocasión de Tomás. De meter los dedos en las heridas para intentar curar aquellas que tienen cura, o por lo menos de intentarlo. La Pascua no es una felicitación que le damos a los demás. La pascua es el paso de situaciones de olvido, de desesperanza, de ingratitud, …. de muerte…. a situaciones de vida. Y esa vida la tendré que poner yo en más de alguna ocasión.
Invito a todos y me invito a mí mismo a ser Tomases, a ser personas que necesitar tocar al Jesús de la calle, del que se cruza conmigo, de abrazarle, de besarle, de ser partícipe de sus alegrías y sus penas, de sus saludes y enfermedades.
Feliz Pascua. Hasta la próxima. Paco Mira