Estimado, Monseñor Cristóbal Déniz:
La verdad es que me va a resultar difícil separar y superar esta dicotomía. Quizás lo de Monseñor no case mucho – a veces – con la amistad o con la persona a la que va adherida. Tener el título de Monseñor significa el reconocimiento oficial, por parte de la autoridad correspondiente, de la valía de una persona a nivel (en este caso) pastoral. D. Cristóbal, creo que se lo merece.
Va a escribir una página histórica en la vida de la Diócesis. Va a escribir una página histórica en la vida personal. Va a escribir una página histórica en la vida de Valsequillo. Probablemente, hace cerca de cincuenta años, las crónicas de aquella época, dirían «ha nacido un hermoso niño en la localidad canaria de Valsequillo», seguro que para su madre, era el niño más hermoso del mundo. En el fondo se escribió y se sigue escribiendo la historia.
En ese camino, hasta llegar a ser Obispo, ha escrito muchas páginas en la vida de la Diócesis: como párroco, como director del ISTIC, como Vicario General, como amigo, como compañero del clero, como canónigo, …nunca pierda las buenas costumbres adquiridas en su momento de cercanía, diálogo, saber estar, compañero, de tiempos de bromas, de hablar, saludar, abrazar, dialogar… eso es lo que da sustancia a las personas con las que nos encontramos.
Va estar un tiempo de aprendizaje – si es que el ser Obispo requiere como el carnet de conducir, práctica -; seguro que con el tiempo tiene que hacer la maleta para pastorear otros rebaños que seguro que no son del mismo acento, pero sí con la misma necesidad humana y pastoral que la del acento.
Me gustaría, D. Cristóbal que el báculo lo utilizara para guiar y pastorear, pero nunca como un instrumento de autoridad sin diálogo y sin cercanía; que el anillo fuera el distintivo de quien ha dicho que sí a lo que el Señor quiere de cada uno de nosotros, pero desde la humildad y la sencillez, nunca desde la opulencia y la superioridad; que el solideo que cubre la cabeza sea la prueba de que la inteligencia es el arma más potente para poder abrazar el diálogo con la vida. No se, se lo digo desde la humildad, si la mitra puede o no tener sentido.
Me gustaría, como la parábola del padre bueno de este fin de semana, que siempre tuviera los brazos abiertos al diálogo, al perdón, a la comprensión, a la palabra oportuna en el momento adecuado o no tan adecuado. No se olvide las raíces de su pueblo, de la sinceridad de sus gentes, de volver a Valsequillo como hijo de Santiago y Magdalena, de las ganas de anunciar y proclamar que la Buena Noticia de Jesús tiene sentido.
No cierre nunca la puerta a quien lo solicita. Acuérdese de aquellos que son los desterrados de este mundo y que son los preferidos de Padre Dios. No se olvide de los amigos que tuvo y que ha adquirido a lo largo del tiempo. No se olvide de sus amigos y compañeros sacerdotes, con los que ha compartido y comparte ilusiones, alegrías, esperanzas, penas, penurias… ellos seguirán siendo los mismo.
El Padre bueno, el de la parábola de este fin de semana, estaba siempre en vela esperando a que llegara su hijo. Nunca renunció a esa vuelta y por ello esperó y al final lo consiguió. No renuncie a segundas oportunidades, a volver a empezar en la vida, a volver a retomar lo que parecía perdido… nunca es tarde para empezar de nuevo y sobre todo nunca es tarde a para reconocer que nos equivocamos, tengamos o no una mitra en la cabeza. Reconocer el error es signo de humildad y sencillez.
Quiero terminar estas palabras como amigo de Monseñor: gracias Cristóbal por los años compartidos desde la base. Gracias por animarme y enseñarme un montón de cosas. Gracias por la amistad que nos une. Gracias por ser guía en un camino de “autoridad y pastoreo” nada fácil. Nunca perdamos los momentos que nos unen. Cuenta con mi apoyo.
Hasta la próxima. Paco Mira