Recuerdo a un suegro que le dijo a su yerno: «si quieres que nos llevemos bien, aquí en mi casa no se habla ni de fútbol ni de religión». Curioso porque el suegro era de misa diaria, de bendecir la mesa antes de comer, de rezar sus oraciones al levantarse y al acostarse, de santiguarse al salir de casa… no le quedaba ningún santo al que saludar…. pero no se podía hablar de religión. Ese tipo de acciones (quizás de suegros), me hacen pensar mucho.
Y me hacen pensar porque estamos en un mundo en el que tenemos que perder mucho de nosotros,para poder contentar a otros, para que no te clasifiquen, para que no te encasillen, para que no te tachen de lo que probablemente no seas, pero que te puede hasta dar vergüenza profesar delante de otros que – por ejemplo – compartes la fe dominicalmente.
Hablar de Ucrania, de lo mal que les va; hablar del paro, de lo mal que va; hablar del covid, de lo mal que nos va y no nos recuperamos; hablar del paro o del erte y que no vemos la luz al final del túnel… parece que es ser un profeta en nuestra tierra, pero de calamidades. Ser fiel a los principios que uno ha mamado desde pequeño, supone – a veces – no coincidir con los momentos cruciales que estamos viviendo, y se nos achaca de estar viviendo fuera de la realidad que nos ocupa.
Pero, quiero entender que si existiera un poquito de amor, del auténtico, del que no se compra ni se vende, del que no existe en cualquier tienda, del que se regala sin que exista una moneda de cambio… todos, absolutamente todos…seríamos profetas en aquellos lugares en los que frecuentamos y no tendríamos vergüenza de proclamar con claridad aquello que creemos.
Cuando hablo de amor, hablo del que es servicial, del limpio, del sincero, del que no se engríe, del que no es egoísta, de ese que hablaba un tal Jesús y que llegó a afirmar al entrar en la Sinagoga, que el Espíritu de Dios estaba sobre él. Quizás nosotros tengamos que preguntarnos si dejamos que el Espíritu de Dios, esté sobre nosotros.
Somos privilegiados por ser los escogidos. Dice la primera lectura, que nos han escogido desde antes de nacer; el bautismo nos lo ratifica y por ello el amor ha de ser la bandera que inunde nuestra tierra de la que tenemos que ser profetas. No todo el mundo lo entiende de esa manera. No importa: a tiempo y a destiempo; nuestro testimonio no tiene que estar condicionado por el que dirán. Todo lo contrario, tendrán que admirarse de lo que somos capaces de hacer más de lo que somos capaces de decir. El amor no solo se demuestra con palabras, sino con los hechos que son los que nos dan la seña de identidad.
Probablemente nuestras palabras y nuestros hechos, van a producir un rechazo en el ambiente en que nos movemos. Y más, en un mundo cada vez más secularizado y al que no le vemos por el momento vías de solución. Le pasó lo mismo a Jesús, pero él no cesó en su empeño. Todo lo contrario, llegó hasta el final, que fue lo que le hizo ser quien es.
El camino de Jesús fue un camino de paciencia, de entrega, de amor… porque el amor no pasa nunca. No es como la moda que en un momento determinado no nos sirve una pieza determinada. El que ama de verdad y con el corazón tiene garantizado el ser profeta en su tierra y en cualquiera; le permite hablar con libertad y denunciar con libertad y sobre todo le permite abrir las puertas del corazón para acoger a los pobres y a los sencillos de corazón.
Hasta la próxima. Paco Mira