NO QUIERO FELICITAR LA NAVIDAD. QUIERO HACER NAVIDAD.

Creo que todos nos acordamos del «cuento de navidad «. No porque la Navidad sea un cuento, sino porque Dickens escribió un cuento que es muy real en los tiempos que corremos. Al sr. Scrooge no le gustaba la Navidad. Estaba en contra de toda ilusión y entusiasmo que estas fiestas llevan. Pero claro, la negatividad del Sr. Scrooge, también la hay hoy en día. Hay mucha gente a la que no le gusta la Navidad. Unos porque viven de la nostalgia del pasado; otros porque recuerdan ausencia irrecuperables; otros porque la gestión económica no le cuadra… Hay muchos Scrooge de la vida, en nuestra vida.

Les confieso que a mí me gusta la Navidad. Entiendo que las fiestas que celebramos una vez al año, han de ser irrepetibles. La Navidad es la fiesta del toque de atención; la Navidad es la fiesta que nos tiene que servir de despertador ante la pasividad consumista que nos anestesia y que es inevitable, casi, en no caer en la tentación de ella. Y me gusta la navidad porque la humildad y la fragilidad se hace presente en un mundo de «matones» que ahogan y subyugan al resto. Me gusta la Navidad porque es la única fiesta en la que la humildad y la fragilidad paraliza al mundo entero, sean creyentes o no. 

Alguien me mandaba un wass en el que me preguntaba si la Navidad era una fiesta pagana porque no tenía una fecha real del nacimiento. La Navidad es una fiestas de todos y para todos, porque hace posible que la Vida nazca en ti, (Nati vita te), y esto está por encima de cualquier manifestación. La Vida tiene que estar en el horizonte de todos y cada uno de nosotros; la Vida vence y está por encima de la muerte en cualquiera de sus manifestaciones y por ello es motivo de celebración.

Sin embargo, para los cristianos, esa fiesta tiene un nombre y hasta tiene un pregón único: «la Palabra (Dios) se hizo carne y acampó entre todos y cada uno de nosotros». El nacimiento de Jesús tiene sentido en la medida en que seamos capaces de asumir que la realidad del mundo en el que vivimos ha sido cambiada por el nacimiento de la pequeñez que se hace grande en la medida en que seamos capaces de asumir su realidad.

Cuando cantamos «campana sobre campana; asómate a la ventana», seguro que tenemos que asomarnos a muchas ventanas y veremos al niño en una cuna. La cuna de quienes buscan en los vertederos y contenedores para llevarse algo a la boca; la cuna de las colas del hambre, donde el niño de Belén busca también su sitio y está en ellas; la cuna del paro, del erte, de la enfermedad, de la soledad, de las separaciones injustificadas, del maltrato familiar, de las violencias de género…. en todas esas ventanas vemos la cuna del un niño con sonrisa abierta y brazos abiertos para que podamos cogerlo.

Creo que la mejor Navidad es la que nace en el seno de la familia. La Navidad ni se compra ni se vende. La Navidad no tiene rebajas ni ofertas de tres por dos. El domingo celebramos la sagrada familia. Me gusta reivindicar el papel de la familia. Pero de la familia en todos sus acepciones, donde el amor sea el nexo de unión entre todos sus miembros y donde Jesús de Nazaret tenga un pesebre confortable en el corazón de todos y cada uno de sus miembros.

Por eso la Navidad no se felicita, se hace. Es un trabajo que todos tenemos que hacer y poner de nuestra parte. 

Déjenme que les diga: HAGAMOS NAVIDAD. Hasta la próxima. Paco Mira.

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