No siempre es la desesperación la que destruye en nosotros la esperanza y el deseo de seguir caminando día día llenos de vida. Al contrario, se podría decir que la esperanza se va diluyendo en nosotros casi siempre de manera silenciosa y apenas perceptible. Tal vez, sin darnos cuenta, nuestra vida va perdiendo color e intensidad. Poco a poco parece que todo empieza a ser pesado y aburrido. Vamos haciendo lo que tenemos que hacer, pero la vida no nos «llena».
Un día comprobamos que la verdadera alegría ha ido desapareciendo de nuestro corazón. Ya no somos capaces de saborear lo bueno, lo bello y grande que hay en la existencia. Poco a poco todo se nos ha ido complicando. Quizás ya no esperamos gran cosa de la vida ni de nadie. Ya no creemos ni siquiera en nosotros mismos. Todo nos parece inútil y sin apenas sentido. La amargura y el mal humos se apoderan de nosotros cada vez con más facilidad. Ya no cantamos. De nuestros labios no salen sino sonrisas forzadas. Quizás es que hace tiempo que no acertamos a rezar.
Quizás comprobamos con tristeza que nuestro corazón se ha ido endureciendo y hoy apenas queremos de verdad a nadie. Incapaces de acoger y escuchar a quienes encontramos día a día en nuestro camino, solo sabemos quejarnos, condenar y descalificar.
Poco a poco hemos ido cayendo en el escepticismo, la indiferencia o la pereza total. Cada vez con menos fuerzas para todo lo que exija verdadero esfuerzo y superación. Ya no queremos correr nuevos riesgos. No merece la pena. Preocupados por muchas cosas, que nos parecían importantes, la vida se nos ha ido escapando. Hemos envejecido interiormente y algo está a punto de morir dentro de nosotros, ¿qué podemos hacer?
Lo primero es despertar y abrir los ojos. Todos esos síntomas son indicio claro de que tenemos la vida mal planteada. Ese malestar que sentimos es la llamada de alarma que ha comenzado a sonar dentro de nosotros.
Nada está perdido. No podemos de pronto sentirnos bien con nosotros mismos, pero podemos reaccionar. Hemos de preguntarnos que qué es lo que hemos descuidado hasta ahora, qué es lo que tenemos que cambiar, a qué tenemos que dedicar más atención y más tiempo. Es verdad que los acontecimientos de la vida, lo último que hemos estado viviendo nos han derivado y hasta disipado de nuestro cultivo personal.
Por eso Pablo nos exhorta a que la paz esté con nosotros. Tenemos que tener tranquilidad y paz, de lo contrario no podemos dar de aquello que no tenemos y quizás lo necesitemos más que nadie. Dice Pablo, que en nosotros se ha probado el testimonio del propio Jesús. Y además se lo dice a una comunidad nada fácil como era la de Corinto. Ahora que también vivimos momentos complicados y duros, momentos que nos ponen a prueba y comprueban nuestra resistencia, Dios nos ha invitado a participar de la propia vida de Jesús.
Por ello el evangelio nos insiste: velen, porque no saben ni el día ni la hora. Seguro que si estamos en vela, en tensión… no caeremos nunca en el desánimo y por ello podemos estar siempre vigilantes a los acontecimientos. Tenemos que ser portadores de esperanza. Esperanza que el nacimiento de Jesús no es un mero nacimiento más, sino el que tiene que dar sentido a nuestro testimonio como nos invita Pablo. Animo.
Hasta la próxima. Paco Mira