En estos tres meses de confinamiento – el que lo cumplió claro – algo que se nos recordaba mucho, era no salir de casa. Eso evitaba la propagación del virus en el caso de tenerlo. Pero claro, había otro problema, y ahora, ¿qué hago?. Hay que renunciar a cosas que se hacían y ahora no se puede. Al principio todo muy bien: para muchos eran vacaciones, otros se dedicaban a ordenar aquello que tenían pendiente; otros aprovechaban para hacer alguna chapuza que tenía pendiente dentro de la casa… pero claro: todo cansa: cansa no hacer nada, cansa ordenar, cansa la chapuza… pero hay que renunciar a lo que hacíamos antes.
Claro, eso eran los que tenían un trabajo determinado, porque otros, – como los sanitarios, por ejemplo – no pudieron renunciar a lo que estaban haciendo desde hacía tiempo que era mejorar la calidad de vida de aquellos que, sin conocerlos, eran seres humanos y merecía la pena echarles una mano. Sin embargo ellos también renunciaron: a lo personal (familia, hijos…), a las amistades de toda la vida a las que no podían dedicarle tiempo, a el quehacer diario de lectura, de televisión, de ocio, etc….
Es curioso que este fin de semana, Jesús nos propone también la renuncia. Y la renuncia que nos propone no es fácil, porque propone renunciar a aquello que normalmente queremos como son nuestros padres, nuestras amistades, lo que más apreciamos….. Ños, si eso es así, no se si muchos podremos renunciar.
Lógicamente entendemos que el propio Jesús no pide que abandonemos aquello que es esencial en nuestra vida como es la familia; no puede consentir, ni consiente que abandonemos a nuestros padres, hermanos, seres de lo más cercano posibles… pero sí pide que nuestra opción por su persona y su mensaje no sea titubeante, ni tengamos que ver con que las autoridades civiles – como en el caso del covid – nos digan cómo tenemos que hacerlo.
Pero sí tenemos o tenemos que tener claro los cristianos es que nuestra decisión no tiene ni puede ser titubeante: a veces las disculpas son mayúsculas para el seguimiento a quien decimos que queremos con locura y que es lo más importante en nuestra vida, lo declinamos porque hay que abandonar a nuestros padres y a nuestras madres.
Lo que en un principio parece inasequible nos hace quedar ciegos al final del párrafo que dice que el que dé de beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca…. Jesús nos está ofertando la base desde la que debemos partir para ser discípulos suyos. Cuando hacemos algo, aunque sea por Dios, eso no queda sin recompensa.
Muchas personas tienen la creencia de que ser cristianos es algo difícil y complicado: un cúmulo de normas, mandamientos, preceptos… que se viven como una cara a menudo bastante pesada. Quizás porque los propios cristianos hemos transmitido esa imagen con un mal testimonio. Para seguir a Jesús hay que renunciar a muchas cosas y no hay que renunciar a lo fundamental. Pone como ejemplo a nuestros padres, pero probablemente somos de los que ponemos infinidad de excusas para no seguirle, para no tener tiempo para compartir su fe, de callarnos ante injusticias de las que estamos seguros que podemos hacerlas.
Pero, ¿a qué tenemos que renunciar?. Esta es la pregunta. Cada uno, para seguir a Jesús tendrá que preguntarse de qué tiene que vaciarse para que él ocupe un lugar, el lugar que le corresponde.
Hasta la próxima. Paco Mira.